La aversión a comer mierda o a entrar en contacto directo con ella nos ha protegido a miles de millones de personas a lo largo de los siglos contra enfermedades mortales. Algunos dicen que es instintivo, pero no siempre ha sido así.
En «120 días de Sodoma», escrita en 1785 por el Marqués de Sade, Madame Duclos, la principal narradora de la novela, relata numerosos episodios de actos sexuales en los que la gente se defecaba encima y se comía los excrementos de los demás. Esto despertaba los deseos sexuales de su público, que a su vez interpretaba sus sucias historias.
Representaciones como las de «120 días de Sodoma» tenían muchos antecedentes, aunque menos repulsivos. Utilizar la orina y el excremento humano como remedios médicos, arrojar heces a los demás por diversión, comerlas por placer o por salvación eran hábitos documentados de la época anterior a Sade.
A finales del siglo XVI, el doctor Zacutus Lusitanus cuenta que conoció a una mujer que había probado sus heces por accidente y pronto se convirtieron en su comida favorita hasta el punto de que no soportaba vivir sin ellas.
La Fiesta de los Locos, enraizada en la Saturnalia romana, era una celebración religiosa carnavalesca para librar al entorno de las fuerzas malignas del diablo.l «Las celebraciones incluían bromas obscenas, canciones y actitudes. Llevaban carros llenos de estiércol que arrojaban de vez en cuando sobre el populacho».
Los olores fecales desempeñaron un papel clave en la medicina. Hasta el año 1760, se esparcía mierda por las calles de Madrid porque se creía que el aire enriquecido con sustancias fecales era saludable para los seres humanos.
Cuando la peste bubónica asoló Londres, las autoridades abrieron los pozos negros de la ciudad para que el aire fecal combatiera el aire de la peste con el fin de erradicarla. Antes pensábamos que las enfermedades se transmitían por los malos olores del miasma o del aire. La pólvora, el azufre y el humo se utilizaban para desinfectar el aire de elementos causantes de enfermedades.
El Dr. Christian Franz Paullini, médico alemán del siglo XVII, desarrolló una «Coprofarmacia» o farmacia basada en las heces. Por ejemplo, prescribía la «Pomada de oro», que consistía en «heces humanas frescas colocadas sobre los abscesos, especialmente en los pechos enfermos de una mujer de parto». También prescribió el uso del propio excremento del paciente o el de un niño, internamente, como cura para la disentería. En los años 1990 habría sido el caso de negligencia medicinal del siglo.
Hoy, «Trasplante de Microbiota Fecal» es un procedimiento médico en el que se recoge materia fecal de un donante y se coloca en un paciente, mediante un enema o ingiriendo una píldora fecal. Se utiliza para curar infecciones por Clostridium difficile y otras enfermedades autoinmunes.
Hoy existen bancos de heces en Estados Unidos, Francia, Países Bajos y Reino Unido. Aceptan y almacenan donaciones de caca de personas sanas para futuros procedimientos de transplantes de microbiota fecal.
En la red de la vida, los desechos de un animal son la fuente de alimento de otro. En la medida en que muchas frutas y verduras se fertilizan con estiércol y muchas de las criaturas que comemos, han comido heces de otras criaturas, podemos coincidir con el Dr. Paullini que escribió que todos somos comedores de mierda («Dreckfresser sind wir alle.») Esta es una interpretación más de la red de la vida o el ciclo de los nutrientes.